El vendedor de aventuras
Cincuenta palabras.
—¿A qué te dedicas? —preguntó Andrea con voz ingenua.
—Escribo cuentos de cincuenta palabras, —respondí prendado de sus límpidos ojos de avellana y su piel de seda.
—¿Puedo leer uno?
—Sólo si me das un beso.
—Quieres comprarme un beso.
—No, preciosa, quiero venderte el cuento más viejo del mundo.
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