El amor y el cielo
Cincuenta palabras.
Le dije: "Te amo, cielo mío". Esa misma noche floreció mi cama con sus gemidos. Dos meses después le dije: "Perdóname, ya no te quiero". No dijo nada, pero me hizo libre. Ella duerme en mi lecho; yo, bajo un cielo de estrellas —a veces nubes—. Y gime el viento...
Comparto con vosotros, además, un pequeño experimento. Se trata del mismo relato retirando una vocal distinta a cada vez, y siempre con 50 palabras.
Sin “a”
Le dije: "Te quiero, cielo mío". De noche floreció mi lecho con sus gemidos. Dos meses después le dije: "Lo siento, no te deseo". Me miró en silencio, pero me hizo libre. Sigue durmiendo en mi lecho, yo tengo un techo de luceros, —por veces nubes—, y gime el viento...
Sin “i”
Susurré: "Te amo mujer". De noche colmó nuestro lecho con su voz. Meses después confesé: "Lo lamento, no te deseo". Me contempló un segundo, soltó las amarras que me ataban... Hoy duerme en nuestra cama, yo tengo un techo de luceros, —por veces negras nubes—, y escucho craquear la lechuza.
Sin “o”
Dije: "Vida mía, mujer". Cabalgué su piel esa madrugada al albergue de sus caricias. Meses después repetí: "Discúlpame, quise amarte, fracasé". Su pesar, sin las amarras que le ataban, fue breve. Duerme en nuestra cama. Las estrellas vigilan serias mis sendas, —a veces nubes—, y craquea la lechuza cada amanecer.
Sin “u”
Le dije: "Te amo, cielo mío". Esa misma noche floreció mi cama en gemidos. Meses más tarde repetí: "Lo siento, no te amo". Me contempló en silencio, dejándome libre... Descansa cada noche en esa cama. Yo tengo este techo de estrellas, —a veces plomizo—, y gime el viento cada amanecer.
Sin “e”
Con mi boca rozando su oído susurraba:
—Amor, mi amor...
Al alba las manos arrancaban suspiros bajo las sábanas. Pasaron días.
—Cariño, disculpa mi poco amor.
Sus ojos buscaron los míos. Al marchar, rompió mis amarras. Mi cama, ya solo suya y míos, mil rayos luminosos horadando la oscuridad nocturna.
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