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Josep Lluís Mestres - Las vértebras de la sepia

Poesía Reseña literaria

Fue Juan Ramón Jiménez quien introdujo en España a comienzos del siglo pasado el término "poesía pura" para oponerse a las nuevas tendencia que comenzaban a estar en boga. Formas marcadas por un romanticismo tardío y decadente. No era nueva esta estética de concebir la creación poética. Más bien fue un movimiento nacido en Italia con la pretensión de huir de la retórica, oponiendo a aquella la sencillez de la palabra y el simbolismo. Josep Lluís Mestres i Carbó, en Las vértebras de la sepia, escribe en continuidad con aquellas pretensiones del autor de Platero y yo.

En los poemas que componen este libro no se encuentran ninguno de los elementos que, a lo largo de la historia, han acompañado a la poesía: el ritmo y la rima. En su lugar florecerán las imágenes y los símbolos en un intento de conducir al lector hacia el mundo interior del poeta. En buena media el autor trata de escribirse, de hacernos partícipes de su soledad, de sus preguntas sobre la vida y su significado y, como no podía ser de otra manera, sobre la muerte.

Desde el primer poema, Josep Lluís, nos anuncia que "todo es ausencia y búsqueda" (9), justo la temática central del poemario: un intento de búsqueda, de salir de la situación actual, porque en el fondo, quiere negarse a "creer que la vida es un naufragio" (10). Su poesía trata de ser un antídoto personal contra esos momentos de verdadera confusión. Y por veces sus versos son unas "plegarias surgiendo de la herida,/ los recuerdos de esta memoria degollada/ que aflora en las tardes de ceniza" (10). 

Da la impresión por momentos que las imágenes oníricas le invaden, lo subyugan y lo encarcelan en su descripción: "El agua entrando a borbotones  en la bodega,/ el olor agridulce de la madera resquebrajándose/ como catedrales hostigadas...".

En sus versos vive el mar. En algunos momentos crea la sensación de invadirlo todo, arrastrarlo todo hasta su fondo infinito, empujando al autor a comenzar "a creer que la vida es un naufragio" (10), que su sabor "se puede palpar" (11). En una situación así, "la derrota ya no me sorprende" 12), exclama. En sus versos el mar es inmensidad, es un vientre que esconde "ciudades blancas" (23), una inmensa hilera de náufragos, las cuadernas abiertas de mutilados barcos y "un gran teatro de almas" (30).

Pero el mar es también encuentro, playa, arena sobre la que descansan las permanentes huellas del poeta. En el fondo, todo es  "mar y arena, nada más" (21).

Cabría pensar que estos versos caen en la melancolía o, quizá, en la desesperación por el tono "sepia" de los poemas, pero no. ¡No es verdad! Considero acertado pensar que el poeta no camina por mejor momento de su vida, pero jamás abandona la senda de la esperanza. Si mira hacia atrás, descubre "años en ruinas" (21), pero al mismos tiempo es consciente de que "mi patria soy yo, / tal vez alguno de los míos" (21) y, como dice en su últimos versos,  "un resplandor late en la piedra" (51).

He leído el poemario dejándome embriagar pos sus imágenes vívidas en algunos momentos y atormentadas otros; acompañando al poeta en su búsqueda de sí mismo y adentrándome en la mía. Y, sinceramente, he disfrutado leyendo y leyéndome. No será este el último libro que lea del autor, eso seguro.