La reguera. (Basado en recuerdos de mi madre).
Narraciones de la Comunidad
Febrero 1938
LLevo horas escondida en el hueco de un castaño. Quieta, con mis orines helándose entre mis muslos. Siento que son mis últimas horas. Me meto musgo en la boca para ahogar el horror. Lloro, lloro sin parar. Soy una niña que tiene miedo. Me miro los pies, los calcetines están salpicados de sangre y por los zapatos asoman un par de dedos amoratados. Me buscan, no entiendo el idioma, pero discuten y se enfadan.Tan pronto andan y se paran, como remueven la hojarasca con las bayonetas. Sus pisadas crujen a la vez que mi corazón se encoge.
No tengo tiempo de pensar en lo que ha pasado. Mis amigas, Estefana y Pilarina, están al borde de la reguera con los sesos desparramados. Sòlo íbamos a recoger unas moras, riéndonos y empujándonos entre bromas. De repente, nos sujetan por detrás y nos arrastran contra una tapia.Allí nos tiran al suelo y nos levantan las faldas. Sus manos son como sarmientos que crecen entre mis piernas. No sé lo que pasa. Sus ojos son raros sin color, no tienen ningún paisaje. Nos levantan a golpes. Temblamos e intentamos agarrarnos las manos pero nos vuelven a pegar con las culatas; no nos atrevemos ni a mirarnos.
Nuestros lloros se mezclan con sus risotadas. Son cuatro gigantes que se mueven como alimañas. Nos señalan y nos hacen burla. Cuando el más bajito intenta cogerme, me agacho y salgo corriendo como una buena noticia. A mis espaldas oigo unos ruidos secos que entristecen el aire. Creo que son tiros, aunque nunca he escuchado ninguno.
Así llego a este tronco salvador. Siento frío. ¿Me buscará mi madre? Seguro que es mi abuela la primera que nota mi falta. ¿Es esto la guerra de la que hablan en el pueblo? Poco a poco la falta de luz y el cansancio pueden conmigo y noto que mis ojos se cierran. Los tengo escocidos y salados de todo lo que llevo llorado. Por fín duermo un rato; me despierta un ruido; instintivamente reculo. Veo una mano que se asoma por los palos que he colocado para camuflarme. Noto el olor de mi abuela Erundina. En un par de segundos me abraza.
Ya estoy en casa.
Cuando llego hay una nube densa de dolor; la tragedia es mayor que la alegría de mi vuelta. Intentan no hablar de lo sucedido pero rompo a llorar. Mi madre no sabe como consolarme. Esa gente —los asesinos— ha pedido comida muchas veces en casa. Todos quieren que cuente lo que pasó pero yo no puedo hablar. «No puedo hablar mamá». Llevo mis manos a la garganta, pero no se mueve. Estuve hasta el final de la guerra sin decir palabra. Triste y acobardada por haberme salvado. Fui durante años una niña fantasma: nadie me veía.
Maribel Munilla Saavedra
Escribir ha sido siempre una prolongación de mi vida. Desde niña empecé con un diario que nunca dejé.
En el colegio hice un periódico satírico que no duró nada más que dos números.
Luego estudié periodismo. Trabajé en algunas revistas intrascendentes. Con el tiempo un grupo de amigos sacamos una revista de historia.
En Ponferrada trabajé en “Bierzo 7”, un semanario. Casi lo hacía yo entero. Fue de los primeros de España que se hacía con ordenador. De hecho, dos de los fundadores los llamaron cuando salió “El Mundo”, para hacerlo todo con ordenador. He trabajado con grandes y reconocidos profesionales, pero en el periodismo no se puede ir contando verdades y menos en un sitio pequeño. Cuando cambió de dueño lo dejé y ahora escribo lo que quiero.
He publicado en dos libros colectivos y participo en varias páginas de Facebook de escritura.
Commentarios :
Escalofríos me han recorrido por todo el cuerpo. Cuanta dureza, es increíble lo que un ser humano es capaz de aguantar.
Gracias por compartir
Escalofriante y duro, muy duro.
Reflejo de lo que sucede, no solo aquí, sino en cualquier país en guerra.
A los hombres los matan, de nosotras abusan. Dejándote muerta, para siempre