Saltar al contenido principal

Dios en el diván

Cuento propio

La primera vez que entró en la consulta, me sorprendió. Se trataba de un hombre que apenas podía subirse al diván sin tener que dar algún que otro pequeño salto. Iba descalzo, y sus tobillos estaban recubiertos de un frondoso pelaje que se enredaba con los dedos de sus pies al andar. Llevaba una camisa a cuadros y unos pantalones vaqueros que, para otro, podrían considerarse cortos, pero que a mi primer paciente de aquel día le cubrían sus rollizas piernas casi al completo.

Los ojos del desconocido, de un verde tan vivo que parecía brillar, me miraron expectantes.

—Disculpe, pero hoy no tenía concertada ninguna cita hasta las nueve, caballero —dije intentando ser amable pero, al mismo tiempo, tajante—. Haga el favor de salir de la consulta, tengo trabajo.

—Pasas tus días entre papeles, Roberto. Deberías disfrutar algo más el regalo de la vida que te he dado.

No podía creerlo; me había tocado otro sujeto singular, de esos que cualquier psicólogo prefiere mantener alejado del trabajo.

—Dígame, ¿qué le preocupa? ¿Por qué está en mi… aquí, a esta hora? —dije, ya rindiéndome a la evidencia de que no iba a marcharse fácilmente. Además, temía que pudiera ser peligroso, a pesar de su corta estatura.

—Me preocupan mis hijos. ¿A qué padre no le preocuparían? —Las manos del hombre, de edad indefinida, atusaron lo que imaginé que en otro tiempo habría sido una larga barba, que ahora no tenía.

—¿Qué ha pasado con sus hijos?

—¿Qué puedo decir?, son una panda de desagradecidos que destrozan todo aquello que he creado para ellos. Me hacen la pelota y creen que eso es suficiente para obtener mi perdón y seguir haciendo lo mismo una y otra vez. Me apena, Roberto. —El sujeto apretó sus labios con fuerza, mientras sus ojos mostraban una rabia ciega que mezclaba tristeza y aceptación.

—¿Cuántos hijos tiene, señor…?

—Merlyhondo. Encantado de conocerte, Roberto. Hace tiempo que tendría que haber venido a hablar contigo. —Hizo una pausa antes de continuar—. Tengo miles de hijos; millones, tal vez. A mi edad, uno ya pierde la cuenta.

Por mi consulta habían pasado ya cientos de pacientes desde que la abrí, cinco años atrás, pero nunca había encontrado un caso así. Me preocupaba la familiaridad con la cual me hablaba y, sobre todo, esa rabia que parecía casi desbordarlo al hablar de algo, sin duda, tan ridículo como el tener millones de hijos. Pensé que el mejor modo de afrontar la situación sería hacer mi trabajo; mientras tanto, me acercaría lentamente al escritorio con alguna excusa y una vez allí, presionaría la alarma; sería la segunda vez que lo habría hecho en cinco años. No me fiaba de ese paciente.

—¿No cree que, para una vida tan corta, son muchos hijos los que cree tener?

—¿Vida tan corta? Se hace largo el tiempo al ver cómo las civilizaciones avanzan y tus hijos no aprenden nada. Se cometen constantes aberraciones en tu nombre y hasta se violan y se matan niños, resguardándose en el hecho de ser hombres de Dios. —Su cara volvía a mostrarse roja por la ira—. ¡Qué coño sabrán ellos sobre Dios, si ninguno me conoce!

Mi cuerpo se tensó y seguí allí de pie, mirándolo con mayor respeto del que ya le tenía. No sabía si había escuchado bien o no, pero Merlyhondo parecía creerse Dios.

—Roberto, has pasado la vida entre papeles, tu esposa te hizo mucho daño antes de desaparecer y acabar en la cama de… no sé cuántos ya; reconozco que se me van las cifras. Tu hijo te robó y se fue, como el resto de tu familia; tus padres murieron en aquel accidente y no has podido aún superarlo. Sin embargo, estás aquí, intentando ayudar a todo el que entra por esa puerta.

Mis dedos estaban a punto de tocar la alarma cuando esas palabras traspasaron todas mis barreras. «Mi esposa… cuánto la quise; cuán ciego estuve con ella. Mi hijo… no puedo pensar en él sin que el dolor me reviente por dentro. Mis padres, mis únicos amigos, ya no están. No hay nadie, y solo me queda el trabajo, este puto trabajo donde un pirado ha podido recordarme todo aquello».

Si era una broma, era de muy mal gusto.

—Además, no cobras por muchas de las visitas que realizas y, ni siquiera vas a misa, Roberto; aún así, compras algo de comer a cada mendigo que encuentras en la entrada de un supermercado. Hasta invitaste a Andrés a un café. Murió ayer, pero con una sonrisa en sus labios, rodeado de su familia. Hablar contigo hizo que recapacitara y volviera con su familia; tenía una enfermedad terminal. Murió, pero murió feliz gracias a ti, Roberto.

Las lágrimas cayeron por mis mejillas. Recordaba a Andrés, y esas últimas palabras me destrozaron. Él me recordaba a mí mismo cuando todo mi mundo se vino abajo. Yo lo ayudé, lo llevé a mi casa y se duchó; le di ropa vieja, lo invité a un café con leche (con mucha nata, como a él le gustaba). Lo llevé hasta la puerta del hogar de su hijo Mario y de sus nietos, y esperé. Le daba vergüenza mirarlos a la cara después de que, por culpa de conducir bebido, su otra hija, la hermana de Mario, muriera en un accidente. Aún recuerdo, y siempre recordaré, sus lágrimas, y las mías por la alegría de presenciar aquel reencuentro.

Entre abrazos, gritos de euforia contenida y llantos me fui, en silencio. Sentí la paz que te da haber formado parte de tan bello acto.

Y ahora, aquí, donde nadie podía saber eso, ese paciente, que decía ser Dios, me lo recordaba.

Pasé mi mano por mi sudada cara, secándola lo mejor que pude.

—¿Quién eres?, ¿por qué estás aquí? —pregunté, sabiendo de antemano la respuesta.

—Soy Merlyhondo, al que algunos llaman Dios, aunque soy uno de los tantos que habitan ocultos en la Tierra. ¿Por qué estoy aquí?, tal vez porque necesito desahogarme. Y creo que no existe persona mejor que tú para hacerlo, Roberto Díaz Alcántaras.

Y así fue como Dios empezó a pasar por mi consulta cada miércoles de cada semana. A veces, es un tipo algo obstinado y difícil.

Creo que vamos avanzando un poco con todo ese resentimiento que no sabe cómo manejar.

Relato extraído de la obra “Fuegos Fatuos: antología de lo Increíble” de Ibán J. Velázquez.

 

Comentarios y respuestas

×

El nombre es obligatorio

Introduce un nombre válido

El email es obligatorio

Introduce un email válido

El comentario es obligatorio

Los términos son obligatorios

Tienes que aceptar los términos

* Estos campos son obligatorios

Commentarios :

  • user
    Juanjo García January 28, 2021 A las 2:19 am
    Fabuloso. Quiero saber más Iban!!!!
  • user
    Laura F Del Signore January 26, 2021 A las 2:05 pm

    Inquietante e impactante !