Bajo las huellas de los deseos
Narraciones de la Comunidad
Aquel paciente era un caso singular. Desde hacía dos años estaba en coma y todos los estudios que hicieron los más afamados doctores, no arrojaron luz sobre el origen de su mal, ni pudieron llegar a un diagnóstico. Sin embargo, en las diversas exploraciones se captó actividad cerebral, sólo comparable a la de una persona sana y lúcida. Dentro de él continuaba la vida, pero sin sensibilidad alguna al exterior...
***
A Carlos le encantaba estar a solas, sin más compañía que la de sus libros. Eran nueve mil tomos, con todo el saber que pudo reunir. Sintiéndose orgulloso de poseer aquel tesoro, los iba ordenando por temas, recordando con fugacidad su vasto contenido de materias variopintas. Se jactaba de haberlos leído o consultado todos y de poseer un espíritu renacentista, ansioso por adquirir una cultura universal. No era poeta ni escritor, pero su amor por la lectura le llevó a publicar algunos libros con cierto éxito.
Inmerso en su cosmos particular, enclaustrado en aquel reducto, sin salir durante años fue perdiendo el contacto con el mundo real. Él era ajeno a una sociedad imperfecta y no soportaba los espacios abiertos, ni la vulgaridad de la gente.
Con el paso del tiempo sintió repulsa por lo ajeno y disfrutaba de la soledad, satisfecho de sí mismo. En su particular locura, creía que, cual enfermedad contagiosa, la ignorancia de los demás podría destruir todos sus conocimientos, adquiridos con tanta laboriosidad.
«Mi mente es un contenedor de infinita cultura. El contacto con la gente ignorante me puede contaminar».
Llegó al punto de instalar un torno en el zaguán, para recibir los suministros, y de ese modo evitar contactos indeseados.
Aquel día era ya tarde y la Biblioteca se llenó de sombras. Carlos fue a pulsar el interruptor, cuando una luz a su espalda le hizo volverse sobresaltado y, entre la penumbra, vio una extraña luminosidad que iba perfilando una forma humana, un ser etéreo, que tomaba cuerpo poco a poco. Lejos de alarmarse, la curiosidad y la sorpresa le paralizaron durante unos segundos, pasmado ante un fenómeno tan extraño.
—¿Quién eres? —pudo al fin preguntar, con los sentidos alerta y sin creer lo que sus ojos percibían.
Aquella forma radiante, con voz impersonal y tono profundo, dijo:
—Soy más de lo que ves.
Tan extraña respuesta acentuó aún más su curiosidad.
—Veo una forma humana envuelta en luz, imprecisa y misteriosa. Pero no sé si eres real o sólo producto de mi fantasía.
—Yo soy el nexo entre tu consciente y la realidad subjetiva de tu alma. Soy espíritu y esencia, tu referente celeste y tu verdad cósmica.
Carlos recuperó su aplomo, tal vez convencido de que aquel extraño personaje no era real, o porque su forma de hablar le intrigaba y además era de su agrado.
—Pero, con eso no aclaras si eres un espejismo o el mero producto de un sueño…
—¡Yo existo! — dijo el visitante— En mí están los dos polos de la energía de la vida. Soy atracción y repulsión, lo deseado y lo maldito, el bien y el mal…
—¿Quieres decir que el bien y el mal son lo mismo?
—El bien y el mal son las dos facetas de una misma moneda. ¡Yo soy la moneda!
Carlos estaba fascinado. A medida que avanzaba el diálogo, más curiosidad sentía por ahondar en aquel misterio.
—¿De dónde vienes y qué pretendes de mí?
—Vengo del interior de tu propia mente y sólo quiero hacer realidad tus sueños.
—Entonces… ¿Sólo eres uno de mis pensamientos?
—No. Soy tan real como todo lo que existe. Es tu consciencia la que conforma tu mundo y la que me ha creado. La misma que para ti da vida a todos los seres y hace posible los objetos y las materias que te rodean.
—Y si es así… ¿En qué te diferencias del resto de la gente?
—En que yo soy un ser puro que habita en ti y en mí reside el poder de determinar tu futuro.
No creía una palabra; pero, llevado por su instinto inquisitivo, decidió prestarse a aquel juego.
«Ya habrá tiempo de despertar y salir de esta pesadilla».
—Si puedes decidir mi futuro… ¿Tienes la facultad de cambiar las cosas?
—¡Sí!
—¿Puedes hacer realidad mis deseos?
—Sí. Pero piénsalo bien antes de pedirlos, porque los cambios serán irreversibles.
—Si te atienes a mis propósitos —dijo Carlos con suficiencia—, nada negativo me ocurrirá.
—Pues formúlalos. Te prometo que sucederá tal cual me solicites.
Carlos recordó sus fobias y en ellas basó sus deseos de cambio.
—¡Bien! Veamos… No quiero esforzarme con movimientos inútiles.
—¡Así será!
—No quiero ver la fealdad del mundo.
—¡No la verás!
—No quiero oír sonidos desagradables.
—¡No los oirás!
—No quiero oler apestosos efluvios.
—¡Así ocurrirá!
—No quiero sentir ásperos roces.
—¡No los sentirás!
—Y, por último: no quiero gustar malos sabores.
—¡No los gustarás! Ahora… ¡Duerme!
Y, cosa maravillosa del estado onírico: desde el interior de lo que creía una pesadilla, entró en un profundo sueño.
Cuando su mente despertó quiso incorporarse, pero no pudo. Tratando de mirar, no vio nada. Deseaba oír los sonidos y sólo respondía el silencio. Quiso oler el aire, sin distinguir aroma alguno. Tampoco pudo sentir el tacto y, centrándose en su sentido del paladar, no percibió nada.
Se dio cuenta de que sus sentidos no reaccionaban y que sus fuerzas le abandonaron. La vida huyó de él, aunque su mente, activa como nunca, era consciente de su existencia. Era un cuerpo con las funciones fisiológicas activas, pero sin sensibilidad alguna. Una mente pensante que, sin presente ni futuro, reviviría una y otra vez, los hechos acaecidos en su pasado.
«Nunca más emprenderé nuevas acciones, jamás podré leer ni escribir más libros y tampoco vivir nuevas experiencias. Ya, nunca más, podré regir mi vida, ni influir en mi entorno».
Recordó aquél ser de luz y pensó que era el culpable de su desgracia.
—¿Qué me has hecho? —preguntó alarmado.
—Hice realidad tus deseos…
—¡No es cierto! Mi meta era excluir lo malo de la vida.
—¡Y eso es lo que hice!
—Pero… ¿Por qué me has dejado vegetando, sin sensibilidad alguna?
—¡Esa es la consecuencia de tu propia voluntad! Quisiste obviar la cruz de la moneda y eso hice… Pero la cara forma parte indisoluble de esa única esencia y negando una faceta desaparece la otra.
—¡No puede ser! ¡Aún estoy soñando!
—¿Todavía no crees en mí?
—Sí, creo en ti… No sé por qué, pero ahora te creo. Por favor, deseo que deshagas este maleficio.
—¡Imposible! Te advertí que era irreversible.
Carlos comprendió que su vida estaba en un limbo aterrador y quiso poner fin al sufrimiento que imaginaba le acompañaría para siempre.
—¡Envíame la muerte! No quiero vivir así…
—Esa es la única cosa que no puedo hacer. Vivirás bajo las huellas de tus deseos, hasta que llegue el fin de tus días.
Y así, durante años, su mente repasó sin descanso su pasado, mientras su cuerpo, conectado a las máquinas del hospital, se iba consumiendo insensible a todo.
Pedro Lamart.
Commentarios :
Muchas gracias Juanjo. Encantado de que te guste mi relato. Un cordial saludo.
Estupendo, ingenioso, no tiene otra definición.
Siempre sorprendente Pedro Lamart
Muchas gracias por tu comentario. Me alegro de que te haya gustado. Un cordial saludo.