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La herencia del agua

Novela ficción

Toulouse, 1979. Manuela vive con Jérôme, un anciano que fue reportero de guerra. Ella tiene una discapacidad psicomotriz congénita. Él es ciego desde hace unos años. Sin embargo, no han olvidado su pasión por la fotografía: él maneja la cámara y ella posa como modelo. Una carta revoluciona sus apacibles vidas: Manuela es la heredera de una finca en Jaén. El viaje al sur de España los empuja a rememorar cómo fueron aquellos tiempos en que Jérôme rescató a Manuela de un bombardeo cuando eran jóvenes. La guerra terminó y trataron de adaptarse al nuevo régimen. A pesar de sus profundas convicciones republicanas, Jérôme tuvo que flirtear con la Falange para conseguir un puesto como periodista. Manuela pasó dos años en un sanatorio para enfermos mentales situado en la finca que ahora adquiere, cuarenta años después. Lo que mejor recuerda de aquel lugar es un lago que le cambió la vida por completo. La abrupta consolidación del franquismo provocó la huida a Francia, pero ahora los tiempos han cambiado.

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Sobre el autor

Ángel Melampo (Barcelona, 1969). Siempre me ha fascinado leer biografías de escritores en las que cuentan que desde muy jóvenes —algunos desde niños— ya tenían claro que querían dedicarse a escribir. En mi caso no fue tan fácil: el primer indicio que me hizo pensar que se me daba bien eso de contar historias fue en el instituto. No estoy muy seguro, hace ya mucho tiempo, pero creo recordar que si presentabas un relato a los Juegos Florales podías subir la nota de Lengua (o algo así debió de ser). Todo el mundo entregaba algo, así que, aunque mis notas en Lengua ya eran suficientemente buenas, pensé que sería mejor hacerlo. La noche antes del fin del plazo de entrega me puse a escribir un cuento y lo llevé al día siguiente a primera hora. Gané el segundo premio. En aquel momento no le di demasiada importancia, incluso me daba vergüenza cuando mis compañeros me lo recordaban.

El siguiente paso ya fue en la universidad. Decidí estudiar Comunicación Audiovisual porque me gustaba la televisión. Durante los años de carrera me fui viendo más apto para el cine; disfrutaba con todas las asignaturas que trataban, de alguna manera o de otra, sobre el séptimo arte; me gustaba escribir, producir y dirigir. Tuve la suerte de empezar pronto a trabajar como técnico en algunos rodajes y decidí que esa sería mi profesión, pero no para siempre: en el futuro pensaba crear mis propios proyectos.

El futuro llegó veinte años después. Aunque el guion cinematográfico no se me da del todo mal, sentí la necesidad de aprender a escribir novela. Ahora puedo decir que me dedico a elaborar mis propios proyectos y que escribo novelas y relatos, con un acusado estilo cinematográfico del cual no he podido desprenderme. Tampoco quiero. Creo que cualquier autor lleva consigo un bagaje, una mochila donde guarda toda su experiencia, sus vivencias, lo que ha realizado en su vida y que, cuando uno se pone a inventar historias, todo eso aflora irremediablemente en su escritura.

Mi primera novela se titula La herencia del agua, a caballo entre el género histórico y la fantasía. También tengo una colección de relatos que lleva por título Cosificaciones y espero que vea pronto la luz.