Saltar al contenido principal

Entrevista a Paqui Bernal por La mirada Vaciada

Entrevista

El primer día en aquel nuevo colegio de Primaria fue decisivo en la trayectoria de la autora. Alzó la mano para hacer una pregunta y se dirigió a la maestra como “Zeñorita”. Un estallido de risas la sorprendió. Al poco, entendería que en Madrid no se hablaba con la zeta como en su tierra natal, Andalucía. Pero probablemente de aquella necesidad de adaptación a su entorno nació su vocación por los idiomas, y esa vocación la llevaría a estudiar Filología Románica y Anglogermánica. Al graduarse, eligió la docencia y se convirtió en profesora de inglés, primero de Bachillerato y más tarde de Escuelas Oficiales de Idiomas.

Sus primeros pasos en la escritura fueron simples anotaciones en el cuadernillo que la acompañaba en sus viajes: reflexiones sobre pasajeros curiosos, descripciones de horizontes inspiradores... Más tarde, al tiempo que se formaba como escritora en el Ateneo Barcelonés, escribiría varios cuentos de suspense publicados en diversas antologías (“Tres devociones”, “Un barrio popular”, etc.), y acabaría su primera obra, titulada “El silencio de los niños”.

Nicolás Puente: —¿Quién es Paqui Bernal y cuáles son sus sueños?
Paqui Bernal: —En estos momentos, si he de ser sincera, uno de mis sueños sería que mi familia y yo misma atravesemos esta crisis sanitaria sin ningún problema crónico de salud. Supongo que las circunstancias y la edad te vuelven menos exigente con la vida, ¿no, Nicolás?

Me gusta que mis lectores se identifiquen con alguno de mis personajes, que el texto les lleve a alguna reflexión o les aporte algún tipo de consuelo.

N.P.:  —Escribir ¿es necesidad o vocación?
P.B.: —Creo que ambas cosas. Las personas que, como yo, estamos enamoradas de las palabras, no podemos evitar escribir desde el momento en que sentimos que nos defendemos mínimamente en nuestra lengua materna, aunque sean poemas, canciones, cuentos. Y tal vez la necesidad llegue más tarde, junto con la primera frustración y la primera gran ilusión. Y pienso que en el caso de las mujeres, que —en general— no podemos evitar compartir los problemas y las fantasías con personas de nuestro entorno, la escritura es otro medio de hacerlo.

N.P.:  —¿Ha conseguido alguno de los objetivos que se había propuesto hasta ahora como escritora?
P.B.: —Bueno, publicar es un hito para cualquiera. Pero creo que los objetivos nacen a medida que acabas un proyecto. De entrada, yo escribía para mí misma. Cuando vi que lo hacía medianamente bien fue cuando me picó el gusanillo de conseguir que me leyesen. Y si recibes buen “feedback”, entonces te apetece publicar tus obras para compartirlas con más gente. No sé si es el proceso que han seguido otros escritores.

N.P.:  —¿Sigue una metodología a la hora de escribir?
P.B.: —En el caso de la novela, yo diría que me ayuda empezar escribiendo algunas de las escenas clave. Si me quedo satisfecha con ese primer esbozo, eso me proporciona la motivación necesaria para embarcarme en un trabajo que suele ser descomunal y además muy absorbente. 

La literatura me parece esencial en la vida humana. No entiendo a las personas que dicen que no leen. Sin leer no se puede pensar con criterio y en ocasiones no se puede ni sentir con claridad.

N.P.:  —¿Cuántas horas escribes cada día?
P.B.: —Depende de los compromisos de otro tipo que tenga, pero me gusta dedicarle toda la mañana. Cuando estoy descansada me es mucho más fácil inspirarme y escoger la expresión correcta en cada caso. Digo la expresión correcta, pero en realidad puede que sea la más poética o la más emocionante. Es sólo una manera de hablar.

N.P.:  —¿Haces fichas de personajes?
P.B.: —Sí. En una segunda fase hago fichas de personajes, de los protagonistas como mínimo, y de alguno más prácticamente siempre. Creo que contrastar esos rasgos difusos que tienes en la cabeza con los arquetipos de la literatura es básico. Al igual que algunos detalles físicos. Los personajes son humanos —normalmente—, vivos, también normalmente y en evolución. Necesitan un cuerpo y un alma, un presente e incluso un pasado. Y eso sólo para empezar...

N.P.:  —¿Qué tipo de valores o seña de identidad quiere dejar en sus novelas?
P.B.: —Me gusta la novela realista. Quiero decir, entiendo que los jóvenes lean tanta fantasía y ciencia ficción. Ésta última incluso me interesa como lectora. Pero creo que un narrador debería dejar una pequeña huella no sólo en la forma, sino también a través de los contenidos que trata. 

N.P.:  —¿Has soñado alguna vez con alcanzar la fama?
P.B.: —No, esas aspiraciones las dejo para los treintañeros. Yo procedo de una familia de clase obrera y mi prioridad en la vida fue asegurarme el trabajo. Por eso me preparé las oposiciones a Profesora Agregada de Inglés y llevo toda la vida dando clases. Y, por desgracia, en este país no se admira a los profesores más allá de las paredes de su instituto o su colegio.

N.P.:  —¿Te atreves a definirte a ti misma como autora?
P.B.: —A mi me gustaría tener la habilidad de Ian McEwan. No es sólo que su estilo se salga de cualquier género, es que cada novela suya es en gran medida diferente del resto. Me parece un escritor admirable en ese sentido. Pero no es mi caso ni el de la gran mayoría de autores. ¿Si acaso el de García Márquez o Almudena Grandes? Yo lo voy a dejar para más adelante, jaja.

En el caso de “La mirada vaciada”, da mucho que pensar sobre el mundo de la pareja, las relaciones familiares y la multiculturalidad.

N.P.:  —¿Cómo le gustaría ser recordado, en cuanto a sus novelas se refiere?
P.B.: —Me gusta que mis lectores se identifiquen con alguno de mis personajes, que el texto les lleve a alguna reflexión o les aporte algún tipo de consuelo. Y eso es lo que me querría que continuase sucediendo con mis textos, pero no espero que me recuerden a mí.

N.P.:  —¿Qué te empuja a comunicarte escribiendo?
P.B.: —El lenguaje escrito, a diferencia del hablado, tiene una permanencia física. O virtual, últimamente, en la nube, jaja. La literatura me parece esencial en la vida humana. No entiendo a las personas que dicen que no leen. Sin leer no se puede pensar con criterio y en ocasiones no se puede ni sentir con claridad. Y a eso me gusta contribuir, si es que lo consigo.

N.P.:  —¿Qué escondes de ti misma mientras escribes?
P.B.: —Escondo una timidez bastante considerable que me acompaña desde niña. Me resulta tremendamente más fácil expresarme por escrito que verbalmente. Aunque creo que voy mejorando en el cara a cara. O eso espero.

N.P.:  —Cuéntanos un secreto: ¿Sobre qué no escribirías jamás?
P.B.: —Jamás escribiría ni una sola escena del tipo thriller nórdico, de carnicería. Lo encuentro de muy mal gusto, morboso y poco ejemplar. Sé que la realidad también supera a esa ficción, tal vez por eso me asusta -por muy ficción que sea, qué le voy a hacer.

N.P.:  —¿La geografía de tu niñez te ha marcado definitivamente?
P.B.: —Seguro, porque fui emigrante, como muchos andaluces, y eso te distancia sin remedio de tus familiares a la vez que te une más a tu familia nuclear. Sí, sin duda.

N.P.:  —¿Qué esperas que sienta el lector al leer tu novela?
P.B.: —Sobre todo espero que le enganche y que la disfrute. Después confío en que la encuentre diferente en algún aspecto y, como dije antes, que le haga reflexionar. En el caso de “La mirada vaciada”, da mucho que pensar sobre el mundo de la pareja, las relaciones familiares y la multiculturalidad.

N.P.:  —¿Cuál es tu meta como escritora?
P.B.: —Yo no tengo metas, únicamente etapas. Y el final de mi etapa actual sería poder publicar la que fue mi primera novela y que, con suerte, será la segunda.
N.P.:  —¿Cuál fue el motivo que te llevó a internarte en el mundo de los jóvenes para escribir tu novela?
P.B.
: —Bueno, es que la historia lo llevaba consigo. Pero reconozco que no me fue tan difícil porque yo doy clases a adultos, y de ellos la mayoría son jóvenes de entre veinte y cuarenta años. Y no sólo trabajo con ellos, sino que me gusta mucho su compañía. O sea que pienso que los conozco lo suficiente como para montar una historia protagonizada por dos estudiantes universitarios.

N.P.:  —En tu novela hay tres narradores: La madre (Emma), Sameentha y Pablo ¿Por qué tres?
P.B.: —Porque entre Pablo y Sameentha se establece una relación muy atípica, pero él no es muy consciente. La madre -o una tercera persona- debía de entrar en escena para romper ese hechizo. En caso contrario, la trama no habría contenido suficiente peripecia novelesca ni profundidad.

No creo que muchos padres estén totalmente satisfechos porque nuestras aspiraciones siempre son muy elevadas y, obviamente, la vida se encarga de que no se materialicen por completo.

N.P.:  —Cuéntanos algo de la madre.
P.B.: —La madre es una profesional española de ideas aparentemente progresistas, como corresponde a una mujer que ha crecido en la Transición Española. Es una persona responsable y muy familiar. Tal vez ahí resida su problema a la hora de relacionarse con sus hijos.

N.P.:  —¿Qué puedes decirnos de Pablo?
P.B.: —Pablo es un chico de veinte años poco experimentado con las mujeres, que se enamora perdidamente de lo que antes llamábamos una chica diez: inteligente y guapa, pero además muy exótica.

N.P.:  —¿Y de Sameentha?
P.B.: —Sameentha tiene, además de las cualidades que acabo de nombrar, un fuerte carácter. Pero hay que saber entrever, en el fondo, el peso de su pasado.

N.P.:  —Sameentha es una especie de predadora sexual. ¿Llegaste a odiarla mientras escribías?
P.B.: —No. Porque aconsejan que siempre tengas como mínimo un poco de afecto por cada uno de tus personajes. Y supongo que también porque la inteligencia también tiene su atractivo. 

N.P.:  —¿Hay límites para el amor?
P.B.: —No sé si te refieres al amor de pareja o al amor familiar. Pero creo que tanto para uno como para el otro el límite estaría en una posesividad desmedida, porque lo transforma en su antítesis, que es el egoísmo. Y si te refieres al sexo, supongo que el límite está en respetar la dignidad del otro, su integridad física y emocional, ¿no crees?

N.P.:  —¿Crees que los padres conocen poco de la vida de los hijos después de la adolescencia?
P.B.: —En eso consiste la adolescencia, diría yo. Hay que apartar a los padres de tu día a día para sentirse autónomo y empezar a decidir por uno mismo. Y eso implica que los padres sabrán menos detalles de tu vida o al menos desconocerán ciertos detalles, los que van conformando tu nueva identidad como adulto.

N.P.:  —¿Hasta dónde puede llegar su preocupación por los hijos?
P.B.: —A mí me preocupa que tengan un trabajo estable y agradable y una vida social, ambas cosas que ahora precisamente están truncadas hasta cierto punto. Pienso que un padre no deja de preocuparse por sus hijos mientras vive. O al menos mientras está en sus cabales.

N.P.:  —¿Los padres siempre tienen dudas de la educación que dan a los hijos? 
P.B.: —Seguro. Nadie nos prepara, vamos tomando prestadas ideas de aquí y de allá, de familiares, de lecturas, de los medios. No creo que muchos padres estén totalmente satisfechos porque nuestras aspiraciones siempre son muy elevadas y, obviamente, la vida se encarga de que no se materialicen por completo.

N.P.:  —¿Hay algún libro al que vuelves de cuando en cuándo?
P.B.: —No suelo releer, porque pienso que la vida no me dará para leer todo lo que quisiera. Pero mentalmente sí que vuelvo a muchos de los que he leído, a una escena, a un personaje…

N.P.:  —¿Dos libros que te hayan marcado? Puede ser uno clásico y otro contemporáneo.
P.B.: —Casi prefiero escoger un libro que considero extraordinario porque aporta a nuestra imaginación y a nuestro entendimiento desde niños hasta que somos maduros. Leí “Le petit prince” cuando empezaba a entender un poco el francés, debía de tener unos once años, quizá. Y de adulta, por supuesto. ¿Ves? Éste sí lo he releído. Le pasa a mucha gente. 
Otro que me impresionó, aunque no creo que llegue a ser un clásico porque tiene detractores, fue “Cometas en el cielo”, por esa historia de amistad tan profunda que narra. Y puedo afirmar que la mayoría de mis alumnos comparten esta valoración porque es una de las lecturas obligatorias en mis clases de inglés y recibo su feedback. Les encanta.

N.P.:  —¿Algún proyecto de futuro?
P.B.: —Como decía, leer, escribir y disfrutar de la familia. Puede que los últimos años nos hayan enseñado a ser un poquito menos ambiciosos. 

N.P.:  —¿Qué es lo más hermoso que te ha dejado el mundo literario?
P.B.: —Explico en mi prólogo a “La mirada vaciada” que era muy bonito compartir el amor por las historias con mis compañeros de formación en Narrativa en el Ateneo Barcelonés. Y ahora me encanta recibir las impresiones de mis lectores, claro. 

N.P.:  —¿Has tenido muchas dificultades a la hora de encontrar editorial?
P.B.: —Estuve contactando con agentes literarios durante unos meses, pero coincidió con una de las primeras olas de la pandemia y el mundo de la publicación estaba completamente paralizado. En cambio, el primer editor que leyó “La mirada vaciada” me contactó enseguida. En realidad, fue un golpe de suerte que la novela cayese en sus manos, nunca se sabe qué puede pasar.

N.P.:  —¿Dónde podemos conseguir tus libros?
P.B.: —Los cuentos ya están en Internet. La novela, “La mirada vaciada”, se vende en la web de la editorial (Nova Casa Editorial), en plataformas y librerías conocidas y en la librería de barrio -si uno tiene la paciencia de esperar 48 horas, claro, porque ahora no suele haber stock. En cualquier caso, basta con googlear “la mirada vaciada” y ya está.

N.P.:  —¿Cómo podemos encontrarte en las redes sociales?
P.B.: —Twitter es @_PaquiBernal 
En Instagram lo dedico a hacer reseñas literarias y de cine y a colgar mis artículos de prensa.
Y encontrareis prácticamente lo mismo en Facebook

Comentarios y respuestas

×

El nombre es obligatorio

Introduce un nombre válido

El email es obligatorio

Introduce un email válido

El comentario es obligatorio

Los términos son obligatorios

Tienes que aceptar los términos

* Estos campos son obligatorios

Se el primero en comentar